Los campos de refugiados eternos del Sáhara se encuentran al sur de Argelia en el territorio de Tindouf. Estos campos provisionales se erigieron hace más de cuarenta años para acoger a la población saharaui que huía de la guerra contra Marruecos. Lo llamativo es que todavía hoy siguen en pie, albergando una población que espera una resolución pacífica para volver a su tierra.
Viajar a Tindouf no es lo que uno se imagina cuando le dicen que visitará un “campo de refugiados”. La emergencia humanitaria se ha disipado y, tras un par de horas atravesando el desierto en jeep, bus o camión, una se encuentra andando entre casas de adobe, arena roja y jaimas. Muy pocas viviendas mantienen las lonas donadas por ACNUR, la mayoría son de telas saharauis y lucen una estructura cuadrada y puntiaguda que las
caracteriza.
El panorama transmite una calma que ahoga y desespera. Las mujeres bajo sus melfas controlan la administración de las wilayas, los niños corren de un lado a otro sin aparente cansancio. Y si te quedas en silencio puedes escuchar alguna cabra o el motor de un jeep alejándose en la arena. La idea de estar dentro de un campo de refugiados no cuadra con las imágenes de emergencia que nos llegan desde Lesbos, Bangladesh, Turquía, Nigeria o Uganda.
Estos campos de refugiados guardan la historia de un Estado que se ha creado en el exilio.
Una historia única e irrepetible. La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) se creó en Tindouf, tierra argelina, y cada campo de refugiados representa una de las regiones del país, ahora ocupado por Marruecos.
Lo inaudito es que ha pasado tanto tiempo que cada wilaya se gestiona de manera independiente a través de la
administración central de la RASD: la distribución de alimentos, la educación, la seguridad y la sanidad están controladas por el Frente Polisario y los ayuntamientos de cada wilaya.
Pero no es inteligente restar gravedad al asunto por mucha tranquilidad que se respire. Los campos saharauis de
Tindouf se encuentran en una zona del Sahel con alta amenaza e influencia de contrabando y terroristas. Es por ello que todas las noches hay toque de queda para circular en vehículos y no se puede entrar o salir del campo
cuando cae el sol.
Al salir de la wilaya por la tarde, si te sales del camino de arena (indicado simplemente por el surco de la huella de otros coches) puedes observar que hay rastros de neumáticos por todas partes apuntando en todas direcciones. Es como un laberinto de líneas que hace pensar acerca de cuántas personas cruzan el desierto sin utilizar los caminos ‘oficiales’.
Hace dos años sucedió algo increíble.
Algo que cambiaría por completo la vida de los refugiados saharauis. El gobierno de Argelia desarrolló un sistema de red eléctrica que llegó para revolucionar 180º el panorama de la vida económica y social de los campos saharauis. Dentro de una modesta jaima podemos encontrar ahora una tele que sintoniza France 24, aparatos de Wifi que funcionan por tarjeta SIM, aire acondicionado, hornos eléctricos ¡y luz! ¡Luz eléctrica en medio del desierto del Sáhara!
Esta nueva oportunidad lleva a los refugiados a invertir en sus sueños, Fatimehtu tiene un hammam por el que
cobra entrada a otros refugiados. Con dos cubos de agua y unos banquitos se ha creado un baño árabe de lo más
humilde. Al entrar hay unas perchas para dejar la melfa y la toalla. Dentro del hammam el suelo es de azulejos y
encontramos dos agujeros, ahí debajo hay un motor eléctrico que calienta el agua y la evapora.
El momento en el que, desnuda en el hammam más pequeño e ingenioso del mundo, te paras a pensar que estás en un campo de refugiados tu mente hace un crash. ¿Cómo es posible que un panorama tan desolador como un campo de refugiados pueda albergar historias, negocios y tanto desarrollo junto?
A dos manzanas y un descampado al este de la casa de Fatimehtu hay una pizzería donde se reúnen los jóvenes de la tichla 3 para ver el fútbol. ¡El fútbol! ¡Con pizza! El proyecto ha sido apoyado por ACNUR y unas chicas saharauis de la wilaya llevan el negocio con orgullo y alegría.
Pero a pesar de la nueva electricidad, las condiciones de vida en la hammada (desierto pedregoso) argelina son muy duras. Según el censo del Frente Polisario en 2017, los campos de refugiados están formados por 200.000 personas. La pequeña economía de esta población tiene tres fuentes de ingreso: las donaciones internacionales y ayuda humanitaria, las remesas familiares procedentes del extranjero o los negocios locales.
Las organizaciones humanitarias más importantes que trabajan en la zona a parte de ACNUR son Médicos del Mundo y la Media Luna Roja Saharaui (MLRS). La MLRS está protegida por más de mil contenedores que rodean y determinan el recinto de manera colosal.
Dentro de las inmediaciones de la Media Luna Roja se encuentra una planta de distribución de fruta y alimentos. Cada familia, según la época del año, recibe tres hortalizas o frutas distintas. ACNUR, además, se encarga de ofrecer un servicio de transporte de agua y reparte enseres básicos para la higiene a 90.000 refugiados en situación de riesgo.
La situación de estos refugiados parece abocada al statu quo permanente
Cientos de miles de saharauis siguen esperando una resolución internacional para volver al territorio de la antigua colonia española. Pero el bloqueo marroquí impide el avance de las negociaciones y los jóvenes de los campos se impacientan. Lo que antes eran rumores ya son afirmaciones en voz alta: “La vuelta a las armas” es un escenario que podría estallar en un futuro próximo.
El día del cuadragésimo primer aniversario de la creación de la RASD conocí a varias mujeres policías. La figura de una mujer policía en una sociedad musulmana resulta impactante en medio de un Magreb tradicional. Pero es una realidad de la que los saharauis están muy orgullosos.
Dentro de los campos de refugiados saharauis las mujeres forman parte de la administración y las fuerzas de seguridad. La RASD se ‘autoconsidera’ uno de los Estados árabes más tolerantes con las mujeres aunque siguen siendo una sociedad muy patriarcal.
Antes de volver al aeropuerto de Tindouf, visitando el campo de Bohador encontré este cartel en un muro blanco de la plaza alertando sobre minas antipersona. La cercanía de los campos de refugiados al ‘Muro de la vergüenza’, frontera ilegal construida por Marruecos para frenar al Frente Polisario durante la guerra, provoca accidentes, lesiones e incluso muertes a día de hoy.
El mayor riesgo de las minas antipersona es que están enterradas en la arena y, con el tiempo, son arrastradas por el movimiento de las dunas hasta los campos. La arena todavía guarda recuerdos del conflicto sucedido hace 28 años. En diciembre de 2016 una niña saharaui de 10 años falleció al estallar un resquicio de bomba de racimo que había en una duna.
Mientras el desierto guarda recuerdos de guerra, el pueblo saharaui se asienta en un campo de refugiados que (se supone) iba a ser temporal. La vida se desarrolla mientras el conflicto no llega a ningún acuerdo. Generaciones de niños nacen y mueren en los campos mientras la comunidad internacional disminuye la ayuda humanitaria a estos seres humanos olvidados en el desierto.
“Muchos ya no se quieren ir -comentaba Eide Mohamed-Ali (estudiante saharaui de la Universidad Complutense de Madrid)-. Ya no hay marcha atrás, la población se ha acostumbrado a este nivel de vida y poco a poco irán desarrollándose más"
Y una se pregunta: ¿en qué momento un campo de refugiado pasa a convertirse en un asentamiento permanente?
¿Quién es el responsable final de estas personas? Argelia parece haber tomado el compromiso de mantener a los saharauis a salvo, pero Bouteflika acaba de retirarse del Gobierno, unas elecciones están por venir en el país y el destino del Sáhara Occidental sigue en manos de las Naciones Unidas.
Probablemente estemos hablando de uno de los conflictos coloniales más longevos que arrastra nuestro país desde el siglo pasado. La guerra del silencio contra esta crisis está ganando. Pocos españoles y ciudadanos del mundo árabe conocen la historia del Frente Polisario, mientras que Marruecos administra el Sáhara Occidental como si fuese suyo.
Después de nueve años sumergiéndome en la historia del Sáhara, estableciendo lazos con la población y estudiando el complejo embrollo diplomático internacional, me atrevo a decir que tarde o temprano escucharemos hablar de los saharauis. Alzarán su voz por encima de todas y nos señalarán con insistencia.
Algunos no querrán irse de Tindouf, pero muchos otros han sacrificado su tiempo por una espera pacífica, tal y como aconsejaba la Comunidad Internacional. Si esta espera no termina pronto, los saharauis más jóvenes tomarán la política del Frente Polisario y, como dice el refrán saharaui, “estamos dispuestos a tragarnos el polvo antes de olvidar nuestra tierra”.
UNA CRÓNICA DE MARTA TREJO LUZÓN
Periodista freelance especializada en política internacional
Comentários