Crónica de un viaje realizado en agosto de 2019 y escrita en octubre de 2019
La crónica que vais a leer a continuación pertenece a un proyecto de libro –o “no-guía” de viajes- en el que relato las andaduras por Gambia, Senegal, Guinea Bissau y Marruecos de un grupo de ávidos (y un poco locos) viajeros por parte de África Occidental. Si os ha gustado el extracto, os animo a dejar vuestras impresiones en los comentarios de la página, así como a contactar con cualquier miembro de Be Wild Be Proud expresando vuestro interés por continuar leyendo este relato.
Esperamos poder haceros llegar la dimensión tan humana que hemos encontrado en estos viajes. Para los que no pueden esperar a seguir leyendo, os traslado que nuestra intención es contar con el relato completo y editado a finales de este año 2022 o comienzos de 2023.
Leer es un placer y, a parte de los viajes o actividades que organizamos en Be Wild Be Proud, estamos convencidos de que la lectura es otra forma de viajar (con la mente en vez de con el cuerpo) que transforma la visión que tenemos de la vida y la realidad de otras personas, lugares o acontecimientos. Qué placer da viajar y aprender de un viaje, ya sea visitando otros lugares, leyendo, comiendo o apreciando las diferentes virtudes de la existencia humana.
Sin más dilación, os dejamos este extracto para deleitar vuestras mentes con un día en Kwinella, un pequeño pueblo del este de Gambia, situado al borde del margen sur del gran río que recorre este hermoso país.
Kwinella – Día de servicio con John
Un nuevo día nos recibe con un cálido aire que relaja la sensación de humedad que se crea en las tiendas una vez el sol ha salido a desperezar al mundo. La luz que se refleja en las plantas que rodean las tierras de John ilumina todo a su paso, como si de lámparas se tratasen. Es ligeramente tarde, todavía nos cuesta acostumbrarnos al ritmo gambiano, donde la salida del sol (o los gallos incansables) marcan el inicio de la vida en un nuevo día. Es domingo. En ese momento nos parece un detalle sin importancia, pero alguien religioso es probable que pueda atribuir esta casualidad a la providencia.
John, como he comentado antes, es de los pocos cristianos que habitan en Gambia. Justo hemos tenido la suerte de despertar este bello domingo en la casa de John, quien ya está preparado para el servicio dominical en la estructura que hace las veces de capilla. El día anterior le expresamos nuestra intención de participar en el servicio con él, pues nos pareció una experiencia que no podríamos perdernos. Llegado este momento, nos dimos cuenta de que estábamos a punto de recibir una misa presbiteriana gambiana, casi como si se nos hubieran olvidado nuestras propias palabras.
Para el servicio vino también un pastor surcoreano que es de los pocos que todavía quedan en la misión gambiana. Todo lo que rodea las tierras de John es de la misión. Aun así, me sigue pareciendo que todo es la sombra de lo que un día fue. La casa de misioneros está casi en estado de abandono y la capilla requiere de numerosos arreglos. Sin embargo, esto no impide que la vida llegue todos los domingos a la misión.
El padre surcoreano llega en una pick-up plateada de las que tanto abundan (entre quienes tienen algo de acceso a recursos) por Gambia. Allí mismo hace John las presentaciones. El padre Choo se interesa mucho por nuestro viaje y nos pregunta por las motivaciones que tenemos, así como por los siguientes pasos que pretendemos dar. Con algo de celeridad nos encomienda a entrar en la capilla donde esperan unas seis o siete personas, siendo la mayoría de ellas las hijas de John, su mujer Mary y Banjul.
La capilla en cuestión es una estructura ciertamente pobre. El altar es un tronco cortado a la altura de las caderas donde se apoyan las escrituras que guían el servicio. Las paredes son de madera, unidas pobremente con considerables espacios entre ellas por los que se cuela la intensa luz del día, dotando de cierto misticismo la imagen de John o el padre Choo mientras hablan delante de nosotros. Los bancos donde nos sentamos son algo incómodos, pero los otros feligreses parecen acostumbrados a ello, y en su mayoría se apoyan sobre sus propias rodillas, haciendo la postura del rezo aún más intensa, ya que la cabeza les llega casi a las rodillas. El espacio es grande, en general, lo suficiente como para que la voz de John (mucho más potente y grave que la del padre Choo) retumbe en ellas y parezca tener mucha más presencia.
El sermón, y el servicio en general, son sin lugar a dudas distintos al frío e impersonal proceso que he conocido durante mi infancia (en mi familia, por parte de madre, todavía existe un ferviente sentimiento religioso). La música está presente todo el rato. El padre Choo, cuando no está siendo partícipe del sermón, está tocando un gran djembe, aunque sin mucho éxito. Las canciones en mandinka son relativamente fáciles de repetir y todos somos parte de la gran voz que John proyecta sobre el edificio. Poco a poco comienza a levantarse cierto aire especial y mágico según avanza el servicio. Incluso Maimuna (el nombre gambiano con el que se refieren a Maider[1]), que es fervientemente agnóstica, aunque no poco espiritual, agacha la cabeza y se puede notar que ha sido invadida por ese sentimiento de misticismo.
Poco a poco, nos encontramos los tres con los ojos cerrados y la cabeza gacha y entonando las canciones que John proyecta tras cada frase que pronuncia, incluso aunque no las entendamos. En cierto momento, John bendice nuestro viaje y da las gracias a la providencia por habernos puesto en su camino. Nosotros no podemos si no asentir con una profunda expresión de agradecimiento por todo lo que hemos recibido.
John, ante mi sorpresa, me invita a decir unas palabras (supongo que porque mi nombre gambiano, Angel Gibril -Ángel Gabriel-, tiene mucha importancia para él) y aún con la cabeza gacha y algo de nervios en mi voz, expreso todo el agradecimiento que guardo en mi corazón con el mayor de mis respetos hacia la religiosidad que nos rodea en ese momento. La cara de Ismael y Maider al terminar no tiene precio. Se conoce que, en otra vida, podría haber sido pastor.
De vuelta a Tendaba
Después de comer, John nos invita a ir a Tendaba con él y nosotros aceptamos, ya que conocemos a dos personas en Tendaba y tenemos ganas de ir al pueblo después de un año y reunirnos con ellos.
El año pasado nos alojamos en Tendaba Camp, un complejo muy turístico ya que el río es una zona donde se suelen encontrar numerosos animales que se acercan a beber. Como unos turistas más, el grupo que visitamos esta zona preguntamos por los precios de las visitas guiadas para ver los manglares. Prohibitivo si eres un estudiante con trabajo mal pagado como nosotros. Así fue como conocimos a Keba y Captain.
Keba es natural de Tendaba y trabaja como profesor en la escuela infantil del pueblo. El negocio que más dinero da en Tendaba (después del cacahuete) es el turismo. Por eso, Keba y Captain hacen visitas guiadas de vez en cuando con la vieja barcaza de Captain. En aquella ocasión, el motor fuera borda de la barca reventó a medio camino y nos tocó remar (chancla en mano) durante unas 4 horas, entre los manglares del río Gambia. Obviamente, cuando el ensordecedor zumbido del motor fuera borda desapareció, los animales comenzaron a surgir de todos los rincones: cocodrilos, facóqueros, hienas, nutrias y todo tipo de pájaros.
Al llegar a Tendaba nos invadieron todos estos recuerdos y no os puedo contar con claridad lo especial que es este sitio. Aunque solo sabíamos los nombres de Keba y Captain, no fue difícil encontrarles pues estos suelen estar bajo la sombra de un Tapalapa casero (una suerte de porche comunal) a la vera del río. Allí les encontramos, fumando y bebiendo Ataya.
Después de pasar un rato allí riendo y recordando los momentos de tensión que vivimos aquellos dos días durante nuestra visita del año anterior, John nos acompañó en un paseo río arriba mientras caía el sol. Uno de los problemas de disfrutar de la puesta del sol en este lugar es que se convierte en un susulas suokono (en mandinka, una “casa de mosquitos”). Como reza el bar de Tendaba Camp que se encuentra a la vera del río: “Un millón de mosquitos no pueden estar equivocados”.
Por eso, según el sol desaparece en el horizonte es importante correr por tu vida y volver tan rápido como sea posible. La vuelta a oscuras es algo incómoda, pues solo nuestro huésped sabe a dónde vamos. Sin embargo, John nos trajo a la calma con unas canciones cristianas en Mandinka.
Por suerte, en el camino de vuelta, y tras caminar durante un buen rato a través de la densa oscuridad de la noche bañada por la luz plateada de la luna, apareció un tractor por el camino pedregoso que separa Tendaba de Kwinella y, así fue como acabamos llegando rápidamente a casa de John. Esta es nuestra última noche en casa de John, mañana partimos hacia Kudang.
Uno de los problemas que, a posteriori, he percibido de nuestro viaje es que no tiene ningún destino, pero si un paso acelerado. Por eso momentos como estos, en los que pasamos dos o tres días en el mismo sitio, son un bálsamo, un pequeño descanso que nos permite conectar profundamente con nuestros anfitriones y con el lugar en el que estamos.
Ismael se afana por comparar sus habilidades a la hora de preparar Ataya con las de Banjul (que es un ávido bebedor de este vicio, o virtud, según como se mire). Maider y yo estamos hablando con John de Gambia y de la situación política, más inestable que nunca después de la caída hace dos años de Yahya Jammeh.
Todavía retumban en mi cabeza las palabras de John cuando nos enseñó la fotografía de un joven estudiante y conocido suyo al que, según su testimonio, el hijo de un policía asesinó en una riña, “Gambia es un lugar peligroso”. “Este crimen - todavía impune- no se habría permitido en la época de Jammeh”, explicaba John. Pero a la vez, la solución no puede ser una dictadura de mano de hierro. Gambia se debate entre la incertidumbre de un régimen democrático débil y la inseguridad que ha traído y el fantasma de un dictador que sigue vivo, es inmensamente rico y “amigo” de gente poderosa.
Gambia es un lugar peligroso, algo que todavía no me cabe en la cabeza pues es todo lo contrario a lo que yo he visto. Gambia no es un lugar peligroso, pero, igual que en España, EEUU o Japón, la gente lo es cuando la sociedad y el Estado no son suficientemente fuertes para proteger a las personas.
Quitándonos un poco el amargo sabor de la injusticia, Ismael nos facilita, a todos, su mejor versión de la Ataya en un ritual donde la base es compartir el té entre los presentes y ceder, siempre que se pueda, la mejor parte a tu huésped o a tu anfitrión para agasajarle. Mary prepara una cena copiosa (en general todas en Gambia lo son) a base de fideos, verduras y pollo. Las comidas comunales son un ritual en que se definen los roles en base a la comunidad. Todos comen de su porción de un gran plato común, las madres o la figura más prominente reparten los trozos de pollo o verdura por todo el plato, para que todo el mundo tenga acceso a la enjundia. Los mayores son los primeros en coger su parte del manjar y los que reciben las mejores piezas. Los invitados también. Todo tiene un por qué y nada se deja al azar.
Esta última noche en Kwinella no deja de sorprenderme como todas las demás, pues todas parecen especiales. El aire húmedo y cálido te abraza mientras el chisporroteo de una lumbre que alimenta el horno donde se cocina o se prepara la Ataya rompe la constante estridulación de los insectos. Ismael y yo aguantamos algo más que Mai hablando con John y con Banjul. Poco a poco la noche se cierra y todos nos retiramos al descanso que tanto necesitamos.
[1] Durante parte de este viaje anduve con Ismael y Maider, compañeros de aventuras desde Gambia hasta Bissau. Posteriormente se nos unieron Marta, Teresa y Andrea, tres mujeres mochileras con muchísimo camino bajo sus pies. El grupo en total recorrió Gambia, Senegal y Guinea Bissau, para acabar en Marruecos.
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